El grande
ayuda al pequeño, es benevolente con el débil, con el que no está bendecido, al
inferior. Es la creencia que todos tenemos al momento de querer hacer una buena
obra, en esos momentos esporádicos en nuestra vida cuando queremos
congraciarnos con la vida y la espiritualidad de cada uno.
En ocasiones
esas buenas acciones generan situaciones buenas, gratificantes. Algunas de
duración efímera, otras de gratitud eterna. Todos sabemos el dicho: "de buenas intenciones esta labrado el
camino al infierno", esto es porque muchas de estas intenciones no se
realizan con un criterio claro, sincero.
Entonces,
para no entrar en procesos confusos y complejos, hacemos uso de los atajos que
todos conocemos, como son los prejuicios, las interpretaciones débiles.
¿Cómo
debemos obrar bien? ¿A quién debemos "ayudar"? Pues al débil, a aquel
que con profunda gratitud te va recibir una moneda, la limosna de lo que nos
sobra. Hacerlo con devoción a nuestras creencias y ya, hecho. Claro que de
estas iniciativas muchos se benefician, no hay que quitarles valor.
Pero a
veces, al ver este mundo como esta, no es difícil reflexionar que algo falta. A
todos nos llega, en algún momento de la vida, la oportunidad de meditar sobre
el asunto. En este proceso salió este pensamiento, conocido por todos: “Habéis
oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis
hijos de vuestro padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos
y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que
os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si
no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen
eso mismo también los gentiles?” (Mt5,
43-47).
Este pensamiento lleva de manera irremediable a revalidar ¿Quién
es el débil? El que pensamos que es menos que nosotros o ese que nos irrita,
nos inspira los más bajos y ruines sentimientos. Esta interpretación es muy
dolorosa, estúpida incluso para muchos.
Todo aquel al que le hemos dado la espalda con toda
justificación, porque lo merece, porque es quien nos perturba, nos molesta y
hasta nos maltrata, porque es nuestro enemigo ese es, tal vez, el rostro de Cristo, la persona a la que le hacemos mal. Porque hacer mal no es solo matar, es hacer
sentir mal, rechazar, no pagar, difamar. Todo esto lo hacemos porque podemos,
porque estamos en esa situación superior sobre esa otra persona. Y si así es, ¿No
será la persona que llamamos enemigo ese débil al que deberíamos ver
con benevolencia y ayudar?
El débil es que actúa mal y justifica sus acciones con
prejuicios “Porque se lo merece”, “Si le va mal es por algo”, “Primero los míos”
y así tantas justificaciones.
Hay que esforzarse como nunca para acoger al que juzgamos
como enemigo. Acogerlo y confortarlo.
Todos pasamos por momentos que obligan a profundas
reflexiones, ese es el sentido de los llamados “malos momentos”. En la vida
todo esta concebido como un rompecabezas, donde todas las piezas (los momentos),
encajan de manera perfecta.
Dios los bendiga a todos en este nuevo año.
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